Yo humano, tú robot

mistoria

Habían pasado dos semanas desde que Pamela se mudó. Aún sigo sin entender por qué le pedí que termináramos lo nuestro. Ella tenía defectos, como todo el mundo, pero eran tolerables. Ella decía que yo era perfecto, nada más alejado de la realidad; sin embargo, me hacía sentir muy bien… ¿Por qué demonios tuve que arruinar nuestra relación? ¿Acaso ya no la amaba? ¿La odiaba de algún modo?

Quizás era el trabajo. Yo trabajaba como amigo de alquiler. La paga era buena, conocía gente, pero, a veces, siento que… ya no sabía quién era. Un día era fanático de los animes y al otro podía ser amante del heavy metal. Había ocasiones donde pretendía ser psicólogo, ellos me contaban sus problemas (algunos eran muy serios) y yo los aconsejaba. Definitivamente, mis clientes me iban a volver loco. Por eso renuncié a esa vida. Tal vez, tenía miedo de que Pamela no haya conocido a mi verdadero yo y que si lo conocía podía asustarse.

Cada día que pasaba me quitaba la voluntad de levantarme de la cama. Primero, dejé de limpiar la casa. Luego, decidí no entrar más a la ducha. También, perdí el hábito de la lectura. Ya no me comunicaba con nadie. No respondía mensajes. Me la pasaba todo el día echado mirando series y películas a través de las gafas. El único esfuerzo que hacía era el de comprar el almuerzo por internet. Quería detenerme. Arreglar mi vida… Solo que no sabía cómo. Hasta que un día vi un anuncio:

“El robot Infinity 8C ha llegado para resolverte la vida”.

Infinity 8C era un robot humanoide de metro cincuenta. Estaba capacitado para múltiples tareas: cocinar, lavar la ropa, asear la casa. Era como tener un supermayordomo en casa. Las cosas comenzaron a ir mejor. Yo me sentía más alegre. Tal vez, el desorden era lo que me desanimaba. Una tarde salí a pasear y vi en una de esas tiendas de robótica uno de esos programas avanzados de machine learning. Lo compré y lo instalé en mi pequeño hombre de lata. Conforme pasaron los días me di cuenta del progreso en la memoria de 8C. Sus conversaciones eran menos monótonas, me hacía recordatorios que nunca le pedí que haga (porque lo olvidaba), me daba opiniones sobre diversos temas. Era casi como tener un amigo.

A veces, charlaba con 8C. Fue él quien me recomendó volver al trabajo y así lo hice. Ya no me sentía miserable. Creo que el descanso me había sentado bien. Mis clientes estaban más satisfechos que nunca. Los hacía sonreír de oreja a oreja. Eran muy felices, yo también lo era.

Todos los días hablaba con Octavio (era el nuevo nombre de 8C). Mi amigo de acero, luego de un par de semanas, había evolucionado. Podía ver el futuro (o eso creo, al menos el mío). Por ejemplo, una vez me hizo empacar un pantalón extra porque, de algún modo, sabía que caería en un charco. Me hacía comprar cosas que luego necesitaría. Incluso, supo que renunciaría una vez más y así fue. Él sabía más de mí que yo mismo.

De nuevo, estaba sumergido en la depresión. No sabía que era lo que me faltaba. ¿Por qué no podía ser feliz? Así que un día le pregunté a Octavio: “Hey, Octavio ¿Qué es lo que quiero?”. El robot hizo una pausa por algunos segundos y contestó: “Deshacerte de mí”.

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