Luego de tres llamadas perdidas, Junior contestó el teléfono. “Tienes que venir volando al hospital”, le ordenó el padre de Mayra. El radio reloj marcaba las dos y quince de la madrugada. Junior había dormido poco más de una hora. La noche anterior le había tocado trabajar hasta tarde. “Oye, Zambo. ¡Mueve el culo! ¡Tu hijo va a nacer!”. “Ahorita salgo, señor”, respondió y colgó.
Junior abrió las ventanas del auto y encendió la radio. A esa hora la única estación que podía sintonizar pasaba músicas tecno, a él no le gustaban y aun así subió todo el volumen. La carretera estaba despejada. Él aumentó la velocidad. Cuando se acostumbró a la brisa y al ruido, comenzó a cabecear. Su cuerpo se resistía a dormir. Trabajaba como taxista por al menos dieciocho horas diarias, ya estaba acostumbrado a ese ritmo de vida, pero no contaba con que su hijo naciera de madrugada. En ese instante, dormir le parecía más importante que ser papá.
En medio de la pista apareció una silueta. Por la distancia no pudo distinguir si era un animal, persona o fantasma. Frenó en seco y el auto resbaló. Por fortuna, el auto paró un metro antes de impactar con el transeúnte. Era un perro quien se había parado en medio de la pista, estaba meando, y pese a lo ocurrido seguía haciéndolo. El corazón de Junior se aceleró. Respiró con dificultad. Abrió la puerta del auto y salió.
El perro seguía con lo suyo. La orina salpicaba en el pavimento y formaba un charco que llegaba a mojar las patas del animal. Junior recuperaba el aliento. El animal meaba sin gracia, con las cuatro patas en el suelo. Junior no entendía por qué el perro no salió corriendo. Una vez que el perro se fue, Junior regresó al auto.
“Voy a ser papá”, dijo silabeando. El sopor se había esfumado, el auto seguía estacionado y el tecno seguía sonando. “Tengo veintiuno y voy a ser papá. A la mierda”, pensó.
Hace nueve meses, Junior y Mayra habían dejado de ser enamorados. Siempre se peleaban y reconciliaban, pero esta vez ambos juraron que habían terminado para siempre. No había vuelta atrás. Sin embargo, pese a que ya no estaban juntos, de cuando en cuando, quedaban para verse a escondidas en algún motel, lejos de su barrio.
Una noche, durante la cena, tocaron el timbre de la casa de Junior. La señora Carmen se levantó de la mesa y fue a ver quién era. Al abrir la puerta, se encontró con Mayra y su papá, Roberto. La joven lloraba y le rogaba a su padre que se retiren. “Vámonos, papá. No tenemos nada que hacer aquí”. Su padre la ignoró y le dijo a la señora de la casa que venía a hablar de un asunto muy serio.
Carmen regresó al comedor y le pidió a su esposo e hijo que la acompañen a la sala. Todo esto lo dijo con una voz seria y muy rara en ella. Cuando Junior vio a Mayra sentada junto a su padre sintió que iba a vomitar su corazón. No era muy difícil deducir a qué venían.
No había ni una pisca de felicidad en la sala. Todos estaban con unas caras de lamento. El padre de Mayra daba un sermón en la habitación. Junior asentía. Su respiración se volvía pesada. “Sí me protegí”, pensó el joven. “¿Será mío? ¡Ahora que hago, dios! No puedo ser padre tan joven. ¿Y si me largo del país? No. Sería una basura si hago eso”. Con cada pensamiento nuevo sentía asfixiarse un poco más.
A partir de esa noche, los padres de Junior le cortaron el apoyo económico. Junior tuvo que abandonar la universidad. Consiguió un empleo en un almacén, donde le pagaban una miseria, pero con la situación del país, no podía darse el lujo de rechazar un trabajo.
Los papás de Mayra le habían exigido que se case con su hija y que consiga un hogar para su futura familia. Junior aceptó estas demandas sin vacilaciones, ahora, tenía que ahorrar para cumplirle a Mayra.
Todos los días saliendo del trabajo, Junior pasaba por la casa de Mayra para visitarla. Él ya no sentía nada por ella, pero se mostraba atento y cariñoso. Fingía como si le importase todo el asunto del embarazo. Pero cuando estaba solo en su habitación pensaba en las metas truncas que tenía.
El salario que ganaba no le alcanzaba para pagar los gastos médicos de Mayra. Fue ahí cuando su primo le ofreció alquilarle su auto para que haga taxi. Él aceptó. Abandonó su empleo en el almacén y se puso taxear. Manejando ganaba más dinero que antes, pero debía trabajar más horas, por eso dejó de visitar a Mayra por un tiempo.
“Si no hubiera conocido a Mayra, no estaría en esta situación. Soy un estúpido. Qué voy a hacer cuando el niño comience a ir a la escuela. ¿Taxear las 24 horas? ¡Qué vida de mierda le voy a dar a mi familia! ¿Qué hago?”
El teléfono sonó de nuevo. Junior no contestó. Arrancó el auto y siguió por la pista.
Que buena historia, lloré con el final.