Enciendes la radio. La música será tu única compañía durante toda la noche. Trabajas de seguridad en un barrio de tipos de saco y corbata. La paga es buena, pero aun así te preguntas si vale la pena. La otra noche, unos delincuentes mataron a uno de tus colegas. Tienes miedo, pero también tienes una familia. Tienes una esposa embarazada y un niño de cinco años. Viniste de tan lejos, a esta ciudad, porque te dijeron que había oportunidades. “En la ciudad se gana mucho más dinero”, te aseguraron. En ese momento pensaste que era una buena idea. «Trabajaré un año entero y con lo que gane podré traer a mi familia», en ese entonces, eso creíste.
El nombre de tu pueblo es repetido en la radio. Pones atención a lo que dice el locutor. Describe una tragedia. Han matado a pobladores inocentes. Tiemblas. En la radio reanudan la programación. Vuelve a sonar la música, como si nada hubiera pasado, pero para ti el mundo se viene abajo y te quedas inmóvil, como si esperarás caer con él. Te repites que todo estará bien, que es imposible que una mujer embarazada y un niño de cinco años hayan muerto, dios no lo permitiría. Sabes que él protege a tu familia, cuando tú estás acá velando por la seguridad de otros.
En la mañana llega tu relevo. Es un señor mayor, también es de provincia, le has agarrado cariño. Le cuentas lo que escuchaste por la radio. Él no lo puede creer. Cuando vuelve en sí, te agarra el hombro, mirándote a los ojos, y te aconseja que regreses a tu pueblo cuanto antes. Tú le dices que lo harás y que confías que todo estará bien.
Te mueres de sueño, tus ojos se sienten pesados, pero mírate aquí estás haciendo cola para comprar un pasaje de bus hacía tu pueblo. La señorita de la boletería te dice que no hay viajes a ese lugar debido a la tragedia. No sabes qué hacer. Estás tan agotado que crees desfallecer. La señorita te pregunta si te sientes bien, le dices que sí. En ese entonces, te alcanza un vaso con agua y te sugiere tomar un bus hacia un destino cercano, una vez ahí podrás ingeniártelas para llegar a tu pueblo.
En el lugar donde te dejó el bus, un comerciante te ha contado que él lleva mercancía todas las mañanas a tu pueblo, él se ofrece a llevarte en su carrito, claro, siempre en cuando no te moleste ir junto a los sacos de verduras que lleva en sus asientos. Tú aceptas. Él te da detalles de la tragedia. “Afortunadamente, fue de noche, porque si no quién sabe… tal vez ya no hubiera estado aquí”, suspira. “Afortunadamente”, esa palabra resuena en tu cabeza. Tú solo escuchas y asientes cada tanto.
Bajas del auto. Estás de regreso, pero no estás feliz. No es así como imaginaste que sería volver a tu pueblo. Quieres ir a tu casa para ver a tu familia, pero tus piernas no responden. El mercader te pregunta si te pasa algo, tú lo niegas y te despides de él.
Tocas la puerta: una, dos, tres veces. Nadie atiende. Gritas el nombre de tu esposa, ahora el de tu hijo. “Deben estar en el mercado”, intentas convencerte. Giras la perilla, la puerta está sin seguro. Pasas. Los muebles están patas arriba y los adornos hechos añicos. En el comedor hay dos platos fríos de sopa. Nadie te espera adentro. Sales de la casa. Afuera una mujer está parada mirándote. Te llama por tu nombre. Te abraza y estalla en llanto. Es tu vecina, ella te pide perdón. ¿Por qué te pide perdón? No entiendes lo que sucede, o mejor dicho, no quieres entender. La mujer te revela que tu familia fue asesinada, junto a otras personas del pueblo.
No derramas ninguna lágrima. Por algún motivo no puedes, quizás es el cansancio, no estás seguro. Al llegar a la plaza ves a un grupo de borrachos riendo y bebiendo como si la tragedia nunca hubiera ocurrido. Tienes ganas de agarrar una de sus botellas y reventárselas en la cabeza. Caminas directo hacia ellos. Un borracho te clava la mirada. Te detienes y desde donde estas los interrogas. “¿Qué ha pasado? ¿Por qué han matado inocentes? ¿Quién ha sido?”. El borracho que te miraba deja beber e intenta responderte: “El alcalde era un maldito soplón del ejército. Por eso los otros se vengaron con el pueblo…”.
El alcalde es el culpable, es lo único que has entendido de aquella explicación. Te marchas de ahí. Enajenado. Piensas moler a golpes al culpable. Llegas a la casa del alcalde y golpeas la puerta. Gritas que salga. La gente alrededor te mira y sale corriendo, piensan que tú también eres uno de los malos. El cura te reconoce y te dice que el alcalde y toda su familia fueron asesinados, tal como ocurrió con tu familia.
Luego de hablar con el cura, te diriges hacia el cementerio. Quieres despedirte de ellos. Hacía siete meses que no los veías porque estabas tan ocupado trabajando. La última vez tu esposa te dijo que quería acompañarte, que había rumores sobre un conflicto armado, que ambos bandos mataban a quien se le cruzara por su camino, así sean civiles. Tú te reíste, supusiste que quería vigilarte, siempre había sido celosa, y no era la primera vez que inventaba o exageraba una historia como esa. No le hiciste caso. Ahorita estarían los cuatro, incluido en el no nacido, en la ciudad de las oportunidades, pasando penurias quizás, pero vivos. Las cosas también serían diferentes si te quedabas, tú los hubieras defendido, a costa de tu vida, no te cabe duda de ello.
En el cementerio miras las lápidas, pero no aparece el nombre de tu esposa, ni de tu hijo. Por un instante, crees que podrían seguir vivos, pero recuerdas que el cura te dijo que los asesinos se llevaron los cuerpos en una camioneta. Ya no están, no los volverás a ver. Has perdido a tu esposa, la única mujer con la que has estado, a tu hijo, tu primer hombrecito, tu viva imagen, a tu bebé, piensas que sería una niña que hubiera tenido el cabello y los ojos de su madre. Las lágrimas por fin caen y no se detienen. Ahora te preguntas cuando dejaran de caer, si es que alguna vez lo hacen.
Ya no tienes nada que hacer aquí. Decides irte. Regresar a la ciudad. En el pueblo, buscas al mercader, ya se ha ido. Tendrás que esperarlo hasta mañana. No quieres ir a tu casa, pero es el único lugar donde te puedes quedar. Entras a la casa. Ya sabes que está vacía. Ahora solo quedas tú. Tú y el recuerdo de tu familia.