Apenas llegamos Carolina se sujetó con fuerza de mi brazo, y no era para menos, la casa de verdad parecía salida de una antigua película de terror. Según me había contado Carolina, su difunto abuelo se la heredó.
―¿Tienes miedo de entrar, no? ―le pregunté.
―Sí, por eso te pedí que me acompañes ―me respondió mirándome a los ojos.
―Bueno, entremos.
Carolina metió la mano en su bolso y sacó una llave.
―Toma ábrela tú ―me dijo extendiendo su mano.
Cogí la llave y abrí la puerta. Carolina se puso detrás mío. Entramos. Sobre el piso del zaguán habían unos libros apilados. Levanté uno, era una novela en francés.
―Julio las estaba leyendo la última vez que vinimos ―dijo Carolina.
―¿Julio? ¿Tu hermano?
―Ajá. Él dice que le pertenecieron a un antiguo pariente escritor.
―¿De verdad? ¿Cuál era su nombre?
―No lo sé. De hecho, no sabemos mucho de esa rama de la familia. Todo lo que sabemos de la gente que vivió aquí nos lo contó mi abuelo a modo de cuentos. Y la verdad no sé qué tanto fue ficción y que tanto fue real.
―¡Genial, me gustan los cuentos! ―le dije sonriendo―. Te gustaría…
―¿Crees en los fantasmas? ―me interrumpió.
―¿No me digas que esta casa está embrujada? ―pregunté sarcásticamente.
―Responde ―insistió―. ¿Crees en ellos?
―Bueno, no creo en los fantasmas. ¿Por qué lo preguntas?
―Curiosidad ―dijo Carolina sonriendo.
Aplaudió y dijo:
―A lo que vinimos. Las cajas están en el cuarto del fondo. Podremos empezar por ahí.
En la habitación, Carolina sacaba del closet unos vestidos de colores oscuros, los doblaba y los colocaba en las cajas vacías. Yo me encargaba de la mesa de noche. En el primer cajón encontré unas fotos apolilladas, le pregunté a Carolina si quería conservarlas, ella me dijo que no y sacó de una caja un par de fotografías. Me las alcanzó y vi a una mujer que se parecía mucho a Carolina.
―¿Es guapa, verdad? ―me preguntó.
―Sí, es hermosa ―sonreí.
―Ella fue la última persona que vivió en la casa. Bueno, ella y su hermano.
Pasé la foto y vi a un hombre alto y delgado.
―Él es el escritor ―señaló Carolina.
En la última fotografía había un niño y una niña.
―¿Estos son los hijos del escritor? ―le mostré la foto.
―No creo, él nunca tuvo hijos. Debe ser la pareja de hermanos. Ellos murieron solteros.
Le devolví las fotos y seguí revisando los cajones.
La caja que tenía se había llenado de ovillos de lana y palitos de tejer. Es raro ver esas cosas hoy en día, por eso guarde todo eso. Me parece curioso como antes tejer estaba considerado como un pasatiempo, hoy en día estaría catalogado como una excentricidad. Sellé la caja y vi a Carolina contemplando unos papeles.
-¿Qué es eso? -pregunté mientras me sentaba a su lado.
-Parece una carta -dijo alzando el papel-. No puedo entender lo que dice, tiene letra de doctor.
Me reí.
-Me parece más un borrador de un texto -señalé-. Si te das cuenta no hay nada como fecha, ni remitente. Además, tiene palabras tachadas.
Carolina se recostó en mi hombro y me dijo:
-En esta casa murieron los hermanos.
Me quedé callado.
-Mi abuelo me contó que cuando un pariente vino de visita, encontró sus cuerpos en descomposición. Nadie pudo determinar la causa de la muerte.
-¿Y dónde los encontraron?
-En este cuarto. -Hizo una pausa-. Lo interesante es que todas las puertas de la casa estaban con seguro. Incluso este cuarto… Raro, ¿no?
-Pero como dijiste antes, puede que sea un cuento. -Sí, es lo más probable.