El vuelo de Ubi

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Ubi voló hasta la chimenea más alta de la fábrica abandonada. Desde ahí, intentó ver si su madre estaba cerca; pero su esfuerzo resultó inútil ya que las ventiscas hacían imposible distinguir cualquier cosa. Sin pistas de su mamá, decidió regresar al nido, el cual se encontraba dentro de la fábrica. Al volver, Ubi les contó lo sucedido a sus hermanas menores.

Habían pasado tres días desde que su mamá salió en busca de alimentos. Por lo general, ella salía en las mañanas y volvía para el atardecer. Sin embargo, esta vez no lo hizo. Las pequeñas golondrinas pensaron que su madre estaba tardando debido al clima hostil que había afuera. Era la primera vez que nevaba en la ciudad. Nadie estaba preparado. Ni los hombres, ni los animales.

Después de discutirlo con sus hermanas, Ubi decidió salir en busca de su madre. Afuera las ventiscas aumentaban cada vez más. Volar en un cielo así era peligroso. Ubi era llevada, por el viento, de un lado al otro. Así que descendió hasta el suelo. Ella pensó que si caminaba por el piso no habría riesgos de estrellarse.

La pequeña golondrina caminaba por la ciudad con asombro. Todo había cambiado en tan poco tiempo. Ahora la nieve cubría todo, no había rastro de los humanos por las calles, no había peligro. Ubi se sentía segura, pero sola a la vez.

De repente, no pudo seguir avanzando. Sus piernas no le respondían. Fue ahí donde se dio cuenta de que sus patas se le habían atorado en la nieve. Aleteó y aleteó, pero no consiguió librarse. Después de tanto esfuerzo, Ubi se rindió. Se recostó en el suelo y cerró los ojos. Este era su fin, o al menos eso pensó porque, de pronto, Ubi sintió un fuerte dolor en el estómago que hizo que retorciera por el suelo librándose así de la nieve. Fue ahí donde recordó a sus hermanitas. Ellas también estarían sufriendo por la falta de alimentos. Entonces, se armó de coraje y se dispuso a encontrar comida para su familia.

Para fortuna de Ubi, la ventisca amainó. Alzó vuelo una vez más y se dirigió a los lugares donde su madre la había llevado a recolectar alimentos. Sobrevoló la iglesia, pero nada: no había alimentos, ni rastros de su mamá. Visitó el parque, pero este ya no existía, había sido reemplazado por un estacionamiento. Por último, llegó a la laguna. No era como Ubi la recordaba, toda cristalina, ahora era un bloque de hielo negruzco. La golondrina descendió hasta la orilla para revisar si podía capturar algunas lombrices. 

De pronto, un estruendo se escuchó en el cielo. Había comenzado a llover. Ubi se percató de que la lluvia erosionaba el hielo con facilidad. No eran simples gotas de agua, era lluvia ácida. Ubi voló hasta el árbol más cercano para protegerse. Fue ahí donde encontró a su madre, quien estaba congelada. 

Ubi intentó darle calor corporal, picotear los trozos de hielo, pero fue en vano: su madre permanecía estática. La pequeña golondrina recordó que, al terminar el invierno, llegaría la primavera; es decir, saldría el sol y así su madre se podría descongelar. Pero hasta entonces el cuerpo de su madre tendría que estar bien resguardado, por lo que decidió empujarla hasta un orificio que tenía el árbol. Cuando empujó a su madre vio que debajo de ella había unos gusanos. 

En el nido, las golondrinas más pequeñas, ya sin fuerzas, esperaban a su hermana cuando de pronto alcanzaron a ver una sombra. Era Ubi y no venía con las patas vacías: ¡traía alimento! Sus hermanas se lanzaron a abrazarla y la interrogaron acerca de su madre. Ubi les contó que la había encontrado. Emocionadas, preguntaron cuándo regresaba. Ubi las miró a los ojos y respondió que su mamá volvería la próxima primavera.

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