El fin de Paias

Al escuchar el grito de su hermana menor, Evi dejó la escoba y corrió hasta el living. “¿Qué sucede, Sue?”, preguntó asustada la hermana mayor. Sue intentó responder, pero no podía articular palabra alguna. Temblorosa, señaló el proyector. Evi se percató que su hermana había estado viendo las noticias.

“¡El fin de Paias se acerca! Científicos aseguran que es imposible salvar el planeta”, se podía leer en el cintillo del noticiero. La proyección mostraba a un grupo de científicos hablando.

Estrella roja, masa estelar, campo gravitatorio, entre otros tecnicismos, solo significaban una cosa para el público común: muerte.

Las hermanas se abrazaron y estallaron en llanto. No sabían qué decirle a la otra. Cuando las lágrimas se agotaron por fin conversaron.

—¿Será verdad todo lo que dicen los científicos? — preguntó Evi.

—Tiene que ser verdad, son científicos después de todo —comentó Sue, con un tono apagado—. Vamos a morir.

Evi apartó la mirada de su hermana.

—Es innegable —continuó Sue—. Por lo que pude escuchar Paias está alejándose cada vez más de nuestro sistema solar. Sin sol no hay vida. Será el fin de la raza omai. Desapareceremos.

Mientras las hermanas hablaban, la conferencia continuaba y esta vez habló el líder de Paias: “Les pido que mantengan la calma. Si bien las probabilidades de salvar al planeta son nulas, aún hay esperanzas para la raza omai”.

—¡Escuchaste!, aún hay esperanzas —gritó emocionada Evi.

“Viajaremos a Mebilídium. Ahí estableceremos nuestras colonias y podremos comenzar de nuevo. Para lograr nuestro cometido construiremos una gran flota de cruceros espaciales. Estos nos permitirán huir del planeta. En los próximos meses tendremos todo listo. Aún queda tiempo, vamos a salir de esta situación. Se los garantizo”, expuso el líder de Paias.

***

En medio del bosque, la nave de las hermanas frenó en seco. “¿Qué pasó?”, reclamó Evi. Sue, quien conducía, bajó del auto y gritó: “¡Mira esto!”. Las luces delanteras del vehículo revelaron una senda de animales muertos.

—Esto está cada vez peor —se quejó Sue—. Los animales y las plantas se están muriendo.  En poco tiempo, encontrar comida será imposible.

—Pronto estarán listas las naves y podremos salir de aquí.

—¿Cuándo es pronto? El líder nos ha mentido, hace meses que no sabemos nada de él. De seguro él fue el primero en largarse de aquí.

Evi enmudeció.

—Hermana, no creo que sobrevivamos —se sinceró Sue—. Todo este lugar se está muriendo poco a poco. Y luego continuaremos nosotros, los omais. No nos queda mucho tiempo. Deberíamos disfrutar de lo que nos queda de vida y escapar a un lugar donde nuestro final sea menos triste. ¿Qué dices, Evi?

—¿A dónde quieres ir? —preguntó Evi con los ojos vidriosos.

—Recuerdas el monte blanco de los cuentos de mamá. Siempre he querido ir allí.

—¿El monte Eusa?

—Sí. Antes de morir, quiero ver la nieve, saber cómo se siente…

—Pero allí solo pueden ingresar los más poderosos —objetó Evi—. No hay forma de que nos dejen pasar.

—Eso también pensaba, pero es muy probable que esa gente ya haya abandonado el planeta junto al líder. Y si aún no lo ha hecho, no creo que el lugar esté resguardado por seguridad. ¿Quién se animaría a trabajar en el fin del mundo?

—Tienes razón —admitió Evi—. Pero tendremos que llevar provisiones, equipo para escalar, ropa…

—No te preocupes —interrumpió Sue—, lo único que necesitamos es comida. En la nave tenemos suficiente como para una semana. Y sobre lo demás ya lo resolveremos luego.

***

De camino al monte Eusa, las hermanas se topan con una gran cantidad de vehículos que conducían en sentido contrario. “Muévete del camino”, vociferó un conductor, luego otro y otro. Ante la insistencia de los demás, Sue se estacionó a un lado de la autopista, dejando transitar a los otros conductores que lucían desesperados y no escatimaban en la velocidad. Debido a esto, uno de los vehículos se estrelló contra un árbol. Sue corrió hasta el lugar del accidente. De la nave salió una pareja de ancianos.

—¿Están bien? —preguntó Sue.

—Creo que sí —respondió la anciana agarrándose la cintura—. ¿Y tú, viejo?

—Me golpeé la cabeza, pero estaré bien —aclaró el anciano.

—Descansen un momento —sugirió Evi, recuperando el aliento, tras haber corrido detrás de su hermana.

—No tenemos tiempo —refunfuñó el hombre intentando encender su nave aún empotrada en el árbol.

—¿A dónde están yendo? —preguntó Sue.

—¿Cómo qué a dónde? —exclamó el viejo.

—Al puerto espacial —aclaró la anciana. — El gobierno por fin terminó de construir las naves para el resto de la población.

***

—Sue, no te pongas así —dijo Evi sin perder la vista del volante—. En Mebilídium habrá miles de lugares por descubrir. Quién sabe quizás allá también haya nieve.

—Quién sabe quizás nos encontremos alienígenas devoradores de cerebros —respondió con ironía.

—¿Y no te parece eso asombroso? —se burló su hermana.

—¡No lo es!…

—Escúchame, Sue. Sé cuánto querías ir al monte Eusa, lo sé porque yo también soñaba desde pequeña con ir a Eusa —intentó matizar Evi—. Pero lo cierto es que ese sería un viaje sin retorno… Moriríamos. No habría más cosas por ver, probar, experimentar. Iríamos directo a la muerte. Siempre he respetado tus decisiones, pero creo que estás siendo irracional. Nadie en su sano juicio elegiría la muerte antes que la vida.

Sin previo aviso, Evi pisó el acelerador.

—¿Qué pasó? —preguntó Sue asustada.

—¡Mira eso! —señaló Evi.

Al costado de la carretera, se podía ver varias líneas de espera, de proporciones kilométricas que se perdían en el horizonte, y más allá se podían ver la silueta de algunos cruceros espaciales.

Las hermanas bajaron del auto, con su mochila sobre sus hombros, y se formaron en la fila.

Pasaron unas horas y la cola no se había movido ni un centímetro, incluso era más larga que antes.

—¿Evi, no te parece raro que la fila no se mueva?

—Ten paciencia, quizás ocurrió algún percance e intentan solucionarlo.

—Evi, no avanzamos porque no hay capacidad suficiente para todos nosotros. No te das cuenta. Por qué crees que el líder se fue a escondidas, sin dar la cara.

—Sue, no seas tan negativa.

—Evi, es muy probable que no logremos ir a ningún lado. Ninguna nave ha despegado en horas. El tiempo se nos acaba y lo peor de todo es que no sabemos cuánto nos queda.

—Hermana, ven conmigo. Acompáñame al monte Eusa. Tal como lo planeamos. Tenemos todo lo que necesitamos en las mochilas. Sin nadie transportándose por allí, podremos ir a toda velocidad y llegar en tres días.

—Sue, ir a Eusa es firmar tu sentencia de muerte. Yo no me quiero rendir tan fácil, y tampoco quiero que tú lo hagas.

—Hermana, prefiero morir haciendo algo que me gusta. Disfrutando de la vida. No esperando en una fila interminable.

—Tienes razón en algo… Es probable que no ingrese a la nave, pero no perderé nada esperando aquí. Y si muero al menos habré intentado vivir.

Finalmente, las hermanas no pudieron llegar a ningún acuerdo. Es por eso que deciden separarse. Sue parte en el auto rumbo a Eusa y Evi se queda en la fila esperando entrar al crucero espacial.

Pasaron tres días y la cola no avanzó. La gente se desesperaba, pero ninguno se movía de su sitio. Evi miró la carretera. Sintió ganas de dejarlo todo atrás, pero algo la detuvo. Sabe que es muy tarde para arrepentirse.

Mientras tanto, Sue llegó a Eusa. Bajó del auto con lágrimas en los ojos. Lo único blanco del monte Eusa era su cumbre. Sue se sintió un tanto decepcionada, pero esto cambió cuando en su rostro sintió algo húmedo, frío. Alzó la mirada y vio cristales de nieve caer.

En la fila de espera, nadie pudo creer lo que presenciaron. La nieve también estaba cubriendo ese lugar. Es así fue cómo Paias terminó cubierta de un manto blanco.

Gabriel Omar
Gabriel Omar

Intento de escritor.

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