Tiempo muerto

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Es de noche, abro los ojos y me doy cuenta de que el bus no ha avanzado ni una cuadra. El tráfico sigue bloqueado. El sonido de los cláxones, los gritos de los choferes, las conversaciones de los pasajeros me vuelven a perturbar. Intento dormir una vez más. No lo consigo. Miro mi celular. Ha pasado una hora desde que nos detuvimos. Me coloco los audífonos para escuchar música. “Esto calmará mi aburrimiento por el momento”, me digo. De pronto, silencio. ¡Carajo! Mi teléfono se quedó sin batería.

Me parece haber oído la sirena de unas ambulancias. Quizás ocurrió un accidente y eso ha provocado este congelamiento. ¿Habrán matado a alguien? Sé de sobra que esta zona es peligrosa. Si no fuera así hace buen rato me habría bajado para caminar. La gente sigue subiendo. Quizás huyen del peligro de afuera, es lo único que se me ocurre, ya que quién en su sano juicio aborda un bus estático.

Una anciana mira alrededor en busca de asiento. Está mirando hacia aquí. ¿Por qué me mira a los ojos? Volteo y miro a la ventana. Las siluetas parecen caminar aprisa, tal vez solo es mi percepción, ya que nada se mueve, solo ellas. Alguien me toca el brazo con un dedo. Miro de reojo. Es la vieja. Finjo no sentir su toque. Ella aumenta la intensidad. Le pregunto que desea. Ella busca algo en su bolso. Saca una fotografía, se acomoda la dentadura y me dice: “Mira, eres igualito a mi hijo”. El hombre de la foto que me muestra no se parece en nada a mí. No le respondo, solo me limito a sonreír. Ella me codea y me pregunta por mi nombre. “Javier”, le miento. Ella me dice que se llama Ofelia.

La vieja me sigue hablando de su vida. Yo solo asiento y de vez en cuando suelto una interjección. “Ah, uy, guau”. Ahora una morena despampanante sube al bus. Camina por el pasillo moviendo exageradamente el trasero. Muchos hombres, y una que otra mujer, voltean a verla. Ya no hay asientos libres, por lo que se detiene en frente de la anciana. Pretendo mirar a la vieja, pero en realidad la enfoco a ella. “¿No crees, hijito?”, pregunta la señora. Vuelvo en mí y le contesto: “Sí, tiene toda la razón”. La morena saca de su bolso un móvil y se pone a ver un vídeo de farándula. “¡Ella engañó a su actual novio!”, se escucha a todo volumen. ¿Por qué no usa audífonos? Odio cuando la gente hace bulla con sus teléfonos.

Al parecer, tanta charla cansó a la abuela porque se quedó dormida en mi hombro. Yo me muevo tantito para que se despierte. No funciona. La anciana tiene manchas por todos los pliegues de su rostro. Mueve la boca como si estuviera mascando chicle. ¡Qué desagradable! ¿Algún día llegaré a su edad?

El bus avanza un poco y frena de golpe. La anciana, aún dormida, escupe su dentadura en mi regazo. Toda su baba estaba sobre mis pantalones. “¡Qué puto asco!”, grito en caliente. La anciana se levanta asustada por el grito y me señala diciendo algo indescifrable. La morena deja su teléfono y me mira molesta, como juzgándome. Me doy cuenta de que no solo es ella y la abuela, sino todos los pasajeros. Todos han clavado su mirada sobre mí. Yo me paro y dejo caer los dientes de la vieja. Logro salir del asiento y camino hasta la puerta sin mirar a nadie. Para este entonces los buses ya estaban avanzando. Toco el timbre, ya lo decidí, me voy a bajar.

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