La revuelta de los carpinchos

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En la reunión mensual de los carpinchos se discutía la escasez de alimentos.

―Hermanos y hermanas, como bien saben la población ha crecido y este último mes ha sido difícil encontrar alimentos para todos ―dijo Melquiades, el carpincho más viejo―. Algunos se han quedado sin probar ni una semilla. Debemos encontrar una solución cuanto antes.

El carpincho viejo dio dos vueltas y dijo: ¡Carpinchos, los escuchamos!

Otis, el hijo de Melquiades, se puso al frente y dijo:

―Yo creo que podríamos viajar al sur, mi primo me dijo que ahí abundan las frutas y hortalizas. El viaje es largo, pero las recompensas lo valdrán.

Los carpinchos se pusieron muy contentos y apoyaron la idea hasta que Libeti tomó la palabra.

―Existe una gran posibilidad de que el sur esté invadido por los humanos, tal como sucede aquí. Si emprendemos un viaje hacia el sur, fiándonos de rumores, corremos el riesgo de no encontrar alimentos y morir todos de hambre. Aquí al menos encontramos algo de comida.

Los murmullos de los carpinchos le daban la razón a Libeti.

―Yo tengo una solución que garantiza que todos nos llevemos algo a la boca ―continuó Libeti―, pero requiere de paciencia. Lo que podemos hacer es abonar los matorrales y en tres meses los frutos volverán a crecer, normalmente este proceso dura cinco meses, pero nuestro abono puede reducir ese tiempo.

Los carpinchos aplaudieron la idea de Libeti.

―¡Cómo que tres meses más! ―gritó indignado Sumimalión― ¡Debemos encontrar una solución ya!. Miren, no sé ustedes, pero yo estoy cansado de comer mierda. Lo que debemos hacer es ir donde los pieles rosas y recuperar lo que es nuestro. Yo he pasado por ahí y he visto que tienen bocha de flores. ¡Recuperemos lo que es nuestro! ¡¿Quién me está conmigo?!

Los carpinchos eufóricos manifestaron su apoyo hacia Sumimalión.

Los siguientes días los carpinchos fueron en grupos a Nordelta a buscar alimento. Era tal y como lo había pintado Sumimalión: había hierbas, flores y algunos frutos. Los carpinchos no podían estar más felices. Por otro lado, los residentes escandalizados con el accionar de los carpinchos decidieron enrejar sus viviendas. Al inicio fue un obstáculo para los carpinchos, pero con los días encontraron una solución.

―¿Qué les dije? Ahora tenemos alimento de sobra ―se jactaba Sumimalión.

De pronto, entró llorando a la guarida Benito, un carpincho joven.

―Sumimalión, los humanos han golpeado y capturado a mi hermana. Intentaron hacer lo conmigo, pero logré escapar. 

Sin pensarlo dos veces, Sumimalión salió con sus súbditos hacia Nordelta. Esa tarde los carpinchos derribaron cercas, estropearon jardines, defecaron en las veredas, todo en son de protesta contra los abusos de los humanos.

―Sumimalión, tienes que detener esto ―dijo Otis que recién llegaba―. Los humanos pueden tomar represalias en contra de nuestra especie. 

―¿Represalias?, pero si somos nosotros los que estamos tomando represalias. Ellos invadieron nuestro territorio, ellos destruyeron nuestras fuentes de alimento, ellos han cazado a nuestros hermanos. ¿No crees que esto debe parar?

Otis no dijo nada.

De golpe, un gran danés apareció y arrinconó a Otis. Sumimalión le gritó que corriera, pero Otis estaba paralizado. El sabueso se iba acercando poco a poco, pero un cabezazo de Sumimalión lo detuvo. El perro calló al pavimento y Sumimalión siguió atacándolo. Otis por fin reaccionó y gritó: «¡Cuidado!». Un hombre había aparecido y sostenía una caja. Era el dueño del perro. En un parpadeo, el hombre aplastó la caja sobre Sumimalión, logrando capturarlo. El instinto de Otis lo hizo huir, abandonando a su compañero.

Cual aves rapaces, los periodistas llegaron a la zona del conflicto. Otis al enterarse de esto decidió ir a Nordelta para informar sobre la situación. Libeti intentó persuadirlo para que se quede. Otis no le hizo caso. Él sabía que era arriesgado ir a Nordelta, pero se sentía culpable por la captura de Sumimalión.

Al llegar a Nordelta, Otis se encontró a una periodista que entrevistaba al dueño del gran danés, el humano que capturó a su amigo.

―Sí, el otro día atacaron a mi mascota, el pobre ya no quiere salir ―declaró el dueño del perro.

―Eh, pará. Que decís ―se quejó Otis―. Si fue tu perro quien atacó primero. Por poco y me devora. Lo único que hizo mi amigo fue defenderme.

Lógicamente, la periodista no entendía ni una palabra de lo que decía el carpincho. Otis no sabía esto, por eso se desesperaba al verse ignorado. “Señorita”, dijo Otis, rasgando la bota de la reportera para llamar su atención. “Quiero dar mis descargos”, insistió.

―Intento de todo para calmar su susto, ―continuó el hombre― pero mientras estos animales sigan aquí no mejorará la situación de mi mascota.

―Pará, chabón. Vos querés que nos vayamos. Pero si son ustedes los que llegaron después a estas tierras. Ni en pedo nos sacan de aquí. Para colmo, tu perro es de Europa. ¡Los invasores son ustedes, no nosotros!

Otis enojado comenzó a roer la bota de la periodista en busca de atención. “Señorita, ahora escuche mi versión”.

―Mirá, mirá ―señaló el hombre―. Cuidado que te muerde, puede tener rabia. Sí que son peligrosas estas criaturas, ¡eh!

―¡Ya me cansaste, pelotudo! ¡Si he de morder a alguien ese serás vos! ―amenazó y se lanzó contra el hombre.

Otis le mordía las zapatillas con furia, pero, a decir verdad, no hacia algún daño.

A nivel nacional los carpinchos habían quedado como bestias salvajes. Otis luego del incidente regresó a la guarida y les contó lo sucedido.

―¡La puta que te parió, Otis! ¿Qué hiciste? Nos has jodido a todos ―dijo un carpincho.

Los carpinchos comenzaron a bardear a Otis hasta que su padre intervino:

―¡Oigan, ya sabemos que Otis la cagó, pero matándolo no vamos a solucionar nada! Debemos pensar en una solución.

―La única solución es irnos de aquí ―opinó Libeti―. Allá afuera es un quilombo. La gente amenaza con hacernos pantuflas.

―¿A dónde nos iríamos, si este lugar es todo lo que conocemos? ―preguntó el anciano.

―Vamos a Uruguay ―propuso Libeti.

Todos los carpinchos lucían desconfiados, pues nadie nunca había dejado Argentina.

―Muchachos, si les gusta Argentina, les va a fascinar Uruguay ―afirmó Libeti. Allá también hay tango, mate, milonga, con la diferencia de que los hermanos orientales nos tratan como especie protegida, incluso tenemos nuestra propia moneda… Y mirá que allá la economía está mucho mejor.

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