Louise Glück. Photo: Sigrid Estrada.
El pasado 13 de octubre se confirmó el fallecimiento de la poeta norteamericana Louise Glück, a la edad de 80 años, luego de una larga trayectoria ligada a las letras.
En el 2020, año difícil, cuando gran parte del mundo ya se acostumbraba a la vida en casa debido al COVID-19, ella se quedó con el Premio Nobel de Literatura por su «inconfundible voz poética que, con una belleza austera, hace universal la existencia individual». Un reconocimiento inmejorable, aunque sin ceremonia, para una exponente de la poesía moderna que ha cautivado a los lectores antes e incluso después del encierro pandémico.
Proveniente de una familia de migrantes húngaros de origen judío, nació y creció en Long Island, Nueva York, y la inquietud por las letras se había apoderado de ella desde muy joven. Fue en 1968 cuando publicó Firstborn, su primera colección de poemas, donde explora temas como la familia, la pérdida y la memoria.
Esta obra sentaría las bases de su concepción sobre la poesía:
«Los poemas no perduran como objetos, sino como presencias. Cuando lees algo que merece recordarse, liberas una voz humana: devuelves al mundo un espíritu compañero. Yo leo poemas para escuchar esa voz. Escribo para hablar a aquellos a quienes he escuchado»
Proofs and Theories
Y sería en 1992 cuando publicó El Iris Salvaje, una serie de poemas que abordan la naturaleza, la espiritualidad, la vida y la muerte. Su voz poética refleja una perspectiva profundamente lírica y filosófica, en donde hace hincapié en la figura de una flor, símbolo de renovación, el ciclo de la vida y la espiritualidad. Son versos como estos los que le valieron el Premio Pulitzer de Poesía al año siguiente, uno de los galardones más importantes a las letras en Estados Unidos.
Al final del dolor
me esperaba una puerta.
Escúchame bien:
a eso que tú llamas muerte
yo lo recuerdo.
En lo alto, ruidos, las ramas
de los pinos se sacuden.
Luego, nada. Un sol débil
que titila sobre las cosas secas.
Es aterrador sobrevivir
en forma de conciencia
sepultado bajo tierra.
Pero todo termina. Eso que temías,
ser un espíritu incapaz de comunicarse,
desaparecer abruptamente.
La tierra dura y compacta se quiebra.
Imagino que son pájaros que se lanzan
como flechas sobre la hierba.
Tú, que no recuerdas
atravesar desde el otro mundo
te insisto otra vez:
lo que sea que vuelve del olvido
retorna en busca de una voz:
desde el centro de mi vida
emergió un gran manantial,
profundas sombras azules
sobre celestes océanos.
Y pese a que la entrega del Nobel de aquel año se limitó a la publicación de su discurso de agradecimiento en el sitio web de la Academia Sueca, hay que recalcar que su capacidad para comunicar lo inefable y su dedicación a explorar las profundidades de la existencia humana la convirtieron en una de las voces más inconfundibles en la poesía moderna.
“Creo que, al otorgarme este premio, la Academia Sueca está eligiendo honrar la voz íntima y privada, que la expresión pública a veces puede aumentar o extender, pero nunca reemplazar.”